Ley de Promoción Industrial o Ley de Igualar Condiciones
Ley de Promoción Industrial o Ley de Igualar Condiciones

En los últimos años, cada vez que en Argentina se presenta un proyecto que busca incentivar la inversión productiva, rápidamente se lo rotula como “régimen de promoción”. Pero vale preguntarse si ese rótulo es exacto. ¿Se trata realmente de dar beneficios extraordinarios? ¿O simplemente estamos intentando igualar las condiciones que el resto del mundo ya ofrece?

El Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI) es un ejemplo perfecto. Se lo ha debatido como una ley que promueve inversiones estratégicas, en particular en sectores como minería, energía o agroindustria. Pero si miramos los números con frialdad, el escenario cambia.

Antes del RIGI, la presión fiscal efectiva sobre proyectos de inversión minera en Argentina rondaba el 52%, mientras que en países competidores —como Chile, Perú o Canadá— se ubicaba entre el 36% y el 40%. Con el RIGI, Argentina baja ese número al 38%, apenas por debajo del promedio internacional. Entonces, ¿estamos promoviendo inversiones? ¿O estamos simplemente corrigiendo una desventaja estructural?

No es la primera vez que ocurre. En 2003, con la Ley de Promoción del Software, se planteó algo similar: beneficios fiscales para una industria naciente. Pero lo cierto es que sin esa ley, el desarrollo del sector hubiese sido inviable frente a la competencia internacional. Hoy, el software argentino compite globalmente y genera miles de empleos calificados. ¿Fue una ley de promoción? Tal vez sí. Pero sobre todo, fue una ley de igualar condiciones.

La lógica es simple, y se entiende aún mejor con un ejemplo deportivo. Pensemos en el tenis o el fútbol profesional: el estándar de exigencia no lo pone un país promedio. Lo fija el top mundial. Para competir, no alcanza con jugar bien en casa. Hay que entrenar, invertir y profesionalizarse para alcanzar el nivel de los mejores. Lo mismo ocurre en la economía global: los sectores transables compiten con lo mejor del mundo, y si no igualamos condiciones, nos resignamos a abandonar el juego.

La industria, como el deporte, no puede pensarse aislada del mundo. Funciona en un entramado de integración regional y global. Los precios, la calidad y las tecnologías no los define cada país por separado, los define el mercado internacional. Y quienes no se adaptan, se ven forzados a dejar de competir.

En esos sectores, los precios se fijan globalmente. Las reglas de juego también. La presión fiscal, la legislación laboral, los costos logísticos, el acceso a crédito y la infraestructura definen si un país tiene o no capacidad de competir y crecer. No se trata de regalar nada. Se trata de darle a nuestras empresas las herramientas básicas para competir de igual a igual.

Según estudios de la OCDE y el Banco Mundial, los países que logran atraer inversiones productivas de largo plazo son aquellos que ofrecen estabilidad macroeconómica, seguridad jurídica, acceso competitivo a insumos, y una presión fiscal razonable en línea con sus competidores. Nada de eso es un regalo. Es simplemente la base mínima para jugar el partido global.

Desde una mirada política, la pregunta que nos debemos hacer no es si estamos promoviendo demasiado. La pregunta es: ¿queremos tener industria o no?

Muchos Estados, atrapados en una visión de control absoluto sobre su economía, no logran entender cómo funciona el mundo de los productos transables. Pretenden fijar precios, condiciones y reglas de manera aislada, ignorando que esos bienes compiten con millones de otros que se producen en todo el planeta bajo estándares internacionales.

Lo más notable es que incluso un país como China, con un Estado omnipresente y autocratico que regula casi todo, entendió que para ser una potencia industrial debía aceptar que la calidad y el precio los fija el mercado internacional. China no renunció al control político, pero sí se disciplinó frente al mercado global para dominarlo desde adentro. Si China pudo entenderlo, ¿por qué tantos países occidentales aún no lo hacen?

En un mundo que se reorganiza en bloques, donde cada país defiende sus sectores estratégicos, el que no ofrece condiciones competitivas se queda sin industria, sin inversión, y fuera del tablero del desarrollo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *