Homenaje Luis Forunacier
Homenaje Luis Forunacier

Conocí a Luis Fornasier cuando ambos éramos muy jóvenes. El tenía 18 años y trabajaba en la planta de aerosoles de COSMIBELL, ubicada sobre la ruta 3, una sociedad que había formado su padre junto a Ricardo Cudicio y Adolfo Belloni. En aquel entonces, yo estaba empezando en el mundo del aerosol y buscaba quien me gasificara.

Luego de ese primer contacto, no volvimos a frecuentarnos hasta mediados de 1970 cuando Belloni y Luis me convocaron para formar la Cámara de Recuperadores, en la cual, como ya hemos contado en otra oportunidad, participaron varios de los históricos de la Industria del Aerosol.

Tras la disolución de COSMIBELL, Fornasier, con su hermana y su hermano, fundó la compañía de aerosoles COMPAER. Para todos los que lo conocimos, siempre fue el alma máter de la empresa. Pasaba más tiempo allí que con su familia.

Como fabricantes de nieve de carnaval, con Luis tuvimos una competencia feroz pero sana. Nunca perdimos el respeto y la confianza mutua. Fue tan así nuestra relación que puedo graficarla en algunas breves anécdotas. En primer lugar, llegó a aconsejarme cambiar una materia prima que yo usaba, la betaína, por otro que el utilizaba, el sulfosubsinato (que tenía un menor efecto corrosivo), para la manufactura de mi producto. También participamos en la búsqueda de una alternativa ante la prohibición del Freón 12. Hicimos ensayos con el HFC 22 y, mezclado con el butano, logramos una fórmula equilibrada que no sea inflamable para el producto. Cuando este último también comenzó a limitarse, conseguimos sustituirlo por el 134 A.

En otra oportunidad, Luis quiso contratar un farmacéutico que había trabajado conmigo. Me pidió una recomendación y yo destaqué lo bueno y los defectos de esa persona. En ese momento, Luis me dijo que no significaba mayor inconveniente lidiar con los puntos flacos de la reciente incorporación. Un año después, me llamó y me dijo: “Zito, tenías razón”. También nos cruzamos varias veces ante falsificaciones de nuestras marcas. En 1986, Luis me avisó que estaban falsificando los aerosoles que juntaban en el corso. Me dijo: “Buscálo que está por tu zona”. Hablé con el comisario de Lomas de Zamora y le di una zona aproximada para buscar. Finalmente, encontramos de dónde venía la mercadería. Para demostrarlo, tenemos el acta policial y el recorte periodístico que complementan esta nota (Ver aparte).

Luis tenía una característica: le vendía a quien sea. No le importaba si cobraba o no. Al final, siempre lo hacía, aunque sea en especias. Una vez me dijo: “Zito, me costó cobrar, pero me pagaron finalmente con 100 televisores. El problema es que son todos blanco y negro”. Otra vez, le dieron 20 mesas de jardín de hormigón junto con sus correspondientes banquitos. También le entregaron una lancha para andar en los pantanos y no dudó en ofrecérmela sabiendo que me gustaba andar en ese tipo de vehículos. Cada vez que lo contaba, era un motivo más para reír a carcajadas.

Luis también fue un hombre de instituciones. Participó de la Cámara Argentina del Aerosol (CADEA), aunque en su nombre asistía el Ing. Amaya porque él decía que ahí se sentía como sapo de otro pazo. Fue, además, uno de los entusiastas y fundadores de la Unión Argentina de Aerosolistas (UADA). Siempre me decía: “Vos llamame, yo los apoyo y firmo lo que sea, pero no me hagas participar de muchas reuniones”. Cuando nuestra entidad todavía no estaba formalmente constituida, y aun éramos el Grupo de Envasadores de Aerosoles (GEA), siempre nos inspiró a formar una cámara que representara la voz de los aerosolistas. Nunca olvidaré su felicidad cuando presentamos en sociedad este grupo con una gran cena con 200 participantes y un espectáculo de tenores. Disfrutó de principio a fin de cada cancionetta y con lo que habíamos conseguido lograr.

En los últimos 15 años, nos hablábamos antes de cada temporada para ver como la veíamos. Sobre el final de esta, también conversábamos para manejar lo stock y no sobrecargar la plaza. Más de una vez nos hemos pasado mercadería cuando a alguno le faltaba. Siempre mantuvimos el contacto para intercambiar información sobre los clientes que no cumplían con los pagos.

La última vez que lo vi fue en un remate. Estaba junto a su hermano. Inmediatamente, me aclaró: “Decime qué vas a comprar vos, así no ofrezco nada”. Así era la confianza que nos teníamos.

Luis Fornasier llevaba los aerosoles en la sangre. Se defendió en los momentos difíciles como gato entre la leña. Protegió su empresa hasta el último día de su vida con el orgullo en alto por lo logrado. Como a él le gustaba decir, siempre le puso el pecho a las balas.

¡Hasta siempre, amigo!

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