Mi primera vinculación con los aerosoles fue en 1964. Trabajaba con el padre de mi novia, dueño de un laboratorio de cosmética en Barrio Norte. Fabricábamos shampoo y spray en botellas de vidrio de un litro. En aquel momento, era muy conocida su marca de spray “Francis”, una de las primeras en ese rubro.
Ducilo (hoy Dupont) fue quien introdujo a mi entonces suegro en los aerosoles. El primero le hizo fabricar a uno de sus proveedores, Gora, una encrimpadora manual y una gasificadora con una probeta de vidrio graduada, protegida a su alrededor por un grueso acrílico.
Con los artefactos de Gora, empecé a trabajar en la realización de todo el proceso: envasaba el producto con una máquina de vacío, gasificaba, colocaba el pulsador, le ponía la tapa standard (que tapaba solo la válvula) y luego etiquetaba. Finalmente, guardaba los aerosoles en cajas y quedaban listos para la venta. Toda esta tarea la realizaba de forma manual y en tandas de entre 20 y 50 unidades. El etiquetado quedaba siempre para el final porque tomaba mucho menos tiempo que el llenado. A la mañana siguiente, salía a vender los productos manufacturados en las peluquerías, y así continuaba todos los días.
En aquellos años llenábamos con Freón 12. Ese gas era muy caro, por lo que, para reducir costos, solíamos pedirles a las peluquerías que nos devuelvan los envases para poder reutilizarlos. Con esmalte de uñas marcábamos debajo de cada uno un punto para saber cuantas veces había sido rellenado.
Otra forma de abaratar la producción llegó de la mano de la petrolera ESSO. Esta empresa comenzó a vender gas butano propano sin odorizar en garrafas de 45 kilos. En ese entonces, este propelente era para ellos un residuo de la destilación de la nafta común a la súper. Para nosotros, este insumo valía diez veces menos que el Freón. De esta manera, se inició el pase de los gases CFC a los hidrocarburos.
Ocurrieron varios accidentes por la utilización de ese material. Era importante el riesgo de que la probeta se llenara de gas por la noche y este llegara al compresor. Entonces, cuando a la mañana siguiente se encendía la máquina, volaba todo por los aires. A partir de estos lamentables sucesos, se prohibió en la Ciudad de Buenos Aires el uso de butano propano. Así fue como comenzó la instalación de las plantas de aerosoles en la provincia de Buenos Aires.
Mi suegro y yo seguíamos buscando maneras de bajar los costos. Como ya no contábamos con el butano propano, empezamos a envasar con anhídrido carbónico. Con este insumo tengo un recuerdo muy particular que me dejó marcado. Nuestra ignorancia sobre las presiones y el manejo del material generó la explosión de una máquina, lo que me costó una astilla en un ojo. Un compañero, que trabajaba conmigo, tuvo peor suerte: sus globos oculares se llenaron de astillas y tuvieron que retirárselas una por una. Estos acontecimientos motivaron la decisión de dejar la gasificación en manos de Aerosoles Hecspi, de los hermanos Hetch y Francisco Spinoso.
Poco a poco, comenzó a vislumbrarse que el futuro del aerosol era tener una planta instalada y habilitada por Gas del Estado. En ese entonces, mi suegro le compraba válvulas al famoso “Gallego” De Luis, ya que no había de origen nacional. El “Gallego”, aprovechando la situación, le ofreció a mi suegro constituir una sociedad para asentar una planta, algo que a mi me entusiasmó.
En 1969 me casé finalmente con Paulina, la hija de Francis, mi suegro, un húngaro bohemio que gustaba del violín, pescar y pintar. Francis finalmente reculó ante la propuesta de De Luis. Ante la negativa, el “Gallego” consiguió otros socios y continuó la construcción de la planta que hoy es Aerojet. Por mi parte, yo decidí abrirme. Comencé, entonces, a fabricar aerosoles de una forma más artesanal que antes en el garage de mi abuelo, pero ya no en el rubro cosmético sino en el de productos para el hogar. Así se fundó, hace 50 años, Aerolom. Pero esa ya es otra historia…