Por José Luis Zito, vicepresidente de UADA.
Les voy a contar una historia prácticamente desconocida. Se trata de la estrecha relación de amistad que construyeron el Papa Francisco y uno de los pioneros del aerosol en Argentina.
Los dos protagonistas de esta historia se conocieron como compañeros de estudio en la escuela secundaria industrial N° 27 Hipólito Yrigoyen en la que ambos se recibieron de técnicos químicos. Al egresarse en 1955, los caminos se bifurcaron: mientras Jorge Mario Bergoglio ingresó al seminario en 1957, nuestro colega aerosolista se dispuso a fundar una planta de aerosoles. Sin embargo, a pesar de elegir dos vocaciones diferentes, el vínculo de confianza se afianzó. Evidentemente, por aquel entonces, Bergoglio no imaginaba que su compañero de estudio se convertiría en uno de los principales referentes de los albores del mercado del aerosol en Argentina y de Latinoamérica.
El vínculo entre el futuro Papa Francisco y su amigo, forjado en el ámbito estudiantil, creció con el paso de los días y se transformó de una simple relación escolar a una conexión profunda y duradera. Así, Francisco se convirtió en testigo de los primeros pasos de los aerosoles en su patria y a nivel mundial, viéndolos nacer y desarrollarse a través de los ingeniosos intentos de su compañero. La relación era tan estrecha y cotidiana que todos los sábados este colega aerosolista pasaba a buscar al por entonces cardenal Bergoglio para llevarlo en cada oportunidad a una parroquia distinta a oficiar la misa.
Durante esos trayectos en auto, la conversación fluía como un río entre dos amigos. Abordaban la actualidad, la política, compartían anécdotas de sus días en la secundaria y se llenaban de risas con chistes que hacían más ameno el camino. Podemos imaginar que, seguramente, en medio de esos intercambios amistosos Bergoglio pudo haber conversado de algún ensayo o experimento de aquellos primitivos aerosoles, de las nuevas innovaciones que iban apareciendo y sobre lo que implica el andar de una fábrica en la turbulenta economía argentina.
Cuando ya Bergoglio se había convertido en Papa, una de las primeras personas a las que llamó fue a este colega aerosolista. Al comunicarse, la telefonista que recibió el contacto preguntó de quien se trataba. Del otro lado de la línea, le respondieron: “Soy el Papa”. Ante tamaña contestación, la telefonista no hizo más que reírse a carcajadas y cortar. El Papa, insistente, volvió a llamar. En esta segunda oportunidad tuvo la suerte de que el colega aerosolista pasaba por el lugar y, ante la consulta, atendió el llamado entre charlas amistosas y felicitaciones.
Algo similar le pasó a este aerosolista cuando estaba en un banco hablando con el gerente. Nuevamente, Francisco lo llamó por teléfono y debió aclarar que debía atender al Papa. El gerente, lógicamente, no hizo más que reírse y descreer de lo que escuchaba. Su postura se volvió más seria cuando se dio cuenta de que nuestro colega aerosolista no mentía ni exageraba. Del otro lado de la línea estaba el Papa.
Cuando cuento todas estas anécdotas me estoy refiriendo ni más ni menos que al señor Francisco Spinoso, cofundador de Aerosoles Hecspi. Spinoso fue compañero de estudios de Bergoglio y su amigo durante toda la vida. Tanto es así que, según pude enterarme, casó a Eleonora Spinoso con Rodolfo Senopoli y bautizó a las dos hijas de ese matrimonio, Chiara y Angelina. No solo eso. También me consta que al fallecer Tito Hectch, Bergoglio le envió una carta de pésame el mismo día a su hijo Gustavo. Ese contacto cercano del Papa se mantuvo inalterable durante toda su vida y no cambio durante su pontificado.
Hoy, tras la lamentable muerte de Francisco tenemos la satisfacción de contar estas historias que nos tocan de cerca y nos llenan de orgullo. Me atrevo a hacerlo ahora porque siempre Spinoso y sus seres cercanos mantuvieron un perfil bajo con esta relación.