¿Estados Unidos reacciona por desigualdad comercial o por miedo geopolítico?
¿Estados Unidos reacciona por desigualdad comercial o por miedo geopolítico?

Las recientes medidas arancelarias impulsadas por Estados Unidos pueden leerse desde dos hipótesis distintas, aunque no excluyentes.

Hipótesis 1: La desigualdad estructural del comercio global

Desde esta perspectiva, la reacción norteamericana sería una respuesta lógica ante las condiciones comerciales asimétricas que se consolidaron durante décadas. Estados Unidos abrió sus mercados, permitió la deslocalización de su industria y toleró déficits comerciales crecientes bajo la promesa de un orden global basado en reglas, innovación y especialización. Sin embargo, mientras algunas economías mantuvieron barreras, subsidios y manipulación cambiaria, EE.UU. vio cómo su base industrial se erosionaba y sus trabajadores quedaban desprotegidos.

En este marco, los aranceles son vistos no como una herramienta proteccionista tradicional, sino como un intento de restablecer condiciones mínimas de reciprocidad. Una corrección de rumbo ante una globalización que, según esta lectura, no fue tan justa ni tan simétrica como se prometió.

Hipótesis 2: La trampa de Tucídides y el conflicto con China

La segunda hipótesis se inscribe en un marco más estratégico. Estados Unidos no estaría reaccionando solo frente a una injusticia económica, sino frente a una amenaza existencial. La potencia emergente —China— ya no solo produce barato: compite de igual a igual en sectores de alta tecnología, lidera cadenas de suministro clave y propone un modelo alternativo de orden global.

Según esta lógica, los aranceles son una forma de disfrazar un conflicto específico (con China) como una batalla general (contra el libre comercio). Un modo de evitar escalar el conflicto diplomáticamente, pero sin dejar de enviar un mensaje contundente. Basta mirar los datos: mientras los aranceles promedio de EE.UU. subieron en general, con China se multiplicaron. En 2018, el arancel promedio aplicado a productos chinos pasó del 3% al 21%, y en algunos sectores alcanzó hasta el 35%.

Es decir, la verdadera disputa no es con el comercio global, sino con la potencia que desafía el liderazgo estadounidense.

Probablemente, ambas hipótesis estén operando en simultáneo. Estados Unidos reacciona porque ve que el sistema que construyó ya no lo favorece, y al mismo tiempo, porque percibe que su lugar en el mundo está en juego. No es una cuestión solo de empleos industriales, sino de hegemonía global. En ese punto, el conflicto comercial se convierte en un síntoma de una tensión más profunda: la transición de poder entre dos gigantes que ya no pueden ignorar

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