“A lo largo de los años tuvimos reclamos de nuestros laboratorios clientes. Tradicionalmente, cuentos estos aparecían y eran cuestionamientos menores, se los arreglaba llevándole algún perfume a la chica de calidad.

En una ocasión, la situación reclamada fue más seria: se trataba de una separación de fases, por lo que era necesario que lo viéramos con la directora de planta, una señora austera, siempre peinada de salón -era la gran época de los años 60s cuando el fijador de cabello resultaba indispensable-, muy delgada y seria.

Al momento de la ocurrencia de esta anécdota, yo estaba con mi jefe, Isaac, un judío que hasta el día de hoy sigue estando presente en la industria mexicana y que era bastante grosero. La directora solía entrar por la parte frontal de su oficina, la cual también funcionaba como ingreso a la planta. Sin embargo, esta vez entró por atrás nuestro. Cuando se presentó ante nosotros, estaba igual que como la describí, solo que con 40 kilos de más. Nos quedamos impactados. Ahí fue cuando mi jefe gritó ¡ay mamita! con la mala suerte de que lo escuchó la directora.

El resultado de la reunión ya se lo pueden imaginar…”